La Historiografía latina.
· Latín II
LA HISTORIOGRAFÍA LATINA
1) Orígenes.
Como precedentes de la historiografía latina pueden considerarse una serie de documentos muy antiguos de carácter público o privado.
Entre los documentos públicos figuran los siguientes:
· Foedera regum, o tratados con los reyes de los pueblos vecinos. Son documentos mitad jurídicos y mitad religiosos, ya que se firmaban con el ofrecimiento de un sacrificio a los dioses y con unos ritos y fórmulas especiales.
· Actas de los magistrados, solían registrar los acontecimientos más importantes relacionados con el desempeño de las funciones de los magistrados. Se guardaban en los archivos oficiales y constituían una fuente histórica de primer orden. Los más importantes de estos documentos eran los elaborados por los pontífices: los Libri Pontificum o Annales Maximi. En ellos se incluían, año por año, los sucesos más dignos de recordarse, sobre todo los relacionados con la religión y el culto y era especialmente destacable la publicación del calendario anual, que señalaba las fechas de comienzo y final del año, los días laborables y no laborables, las fiestas, los aniversarios, etc. La colección de estos calendarios constituyó una preciosa fuente de noticias para los historiadores romanos.
Entre los documentos privados figuran los siguientes:
· Laudationes fúnebres, discursos en alabanza de un difunto, que solían ser pronunciados en los funerales por un miembro muy allegado de la familia.
· Tituli imaginum, inscripciones grabadas debajo de los retratos o mascarillas de un difunto y que contenían su nombre, sus hazañas, sus magistraturas, etc.
Ambos tipos de documentos privados, estaban guardados en los archivos familiares de las familias más importantes y constituían una especie de historia de dichas familias.
2) Nacimiento de la historiografía latina. Los analistas.
Las primeras noticias sobre Roma y sus guerras expansivas se propagan a través de historiadores griegos no afectos a la causa romana. Esto fue tal vez lo que decidió a los romanos a escribir su propia historia, movidos por una reacción nacionalista y una intención de propaganda política.
Siguiendo la tradición de los pontífices y otros magistrados, que llamaban annales a las actas y documentos redactados en el ejercicio de sus funciones, los primeros historiadores dieron a sus escritos el mismo nombre de Annales, pues solían narrar los sucesos año por año; y ellos mismos son conocidos con el nombre de "analistas".
El primer analista romano es Fabio Píctor, que escribe a finales del siglo III a. C. Sus anales abarcan desde la llegada de Eneas al Lacio hasta la segunda guerra púnica, época en la que vivió el autor. Tanto él como sus inmediatos sucesores escriben sus historias de Roma en griego, tal vez para que llegaran a los mismos lectores a los que había llegado una visión antirromana de los mismos sucesos. Cincio Alimento, que fue prisionero de Aníbal en la segunda guerra púnica, escribe en griego acerca de los enfrentamientos bélicos de Roma y Cartago animado por intereses claramente propagandísticos, igual que Fabio Píctor.
A pesar de estos precedentes remotos, se considera a Marco Porcio Catón el verdadero fundador de la historiografía latina. Nacido en Túsculo en el 234 a. C., se alistó muy joven en el ejército para combatir en la guerra contra Aníbal. Inició después una brillante carrera política que lo condujo al consulado en el 195 a. C. Luchó siempre contra la corrupción en las costumbres y en la política y fue enemigo de todo lo griego; decía de los griegos: "sus médicos envenenan el cuerpo y sus filósofos envenenan el alma".
Catón es el autor de la primera obra histórica en latín, titulada Origines y compuesta por siete libros que abarcan desde el primitivo período monárquico y la fundación de ciudades griegas en la península itálica hasta los comienzos de la Segunda Guerra Púnica. Esta obra no es una mera crónica de sucesos, como las obras de los analistas anteriores, sino también una aproximación crítica a las causas que los han motivado y posee una estructura compleja que incluye digresiones geográficas y comentarios personales del propio autor. A diferencia también de los analistas, Catón no se ciñe a la historia de Roma, sino que abarca la de toda Italia. No menciona nombres de caudillos ni de héroes; el héroe de su historia es el pueblo romano. También esto lo distingue grandemente de los analistas, que convirtieron la historia de Roma en una historia de las grandes familias (a veces, sus propias familias) y de los grandes generales.
3) La historiografía republicana.
3. a. César (100-44 a. C.)
Cayo Julio César nació en Roma en el seno de una de las más nobles familias romanas, la Julia, que se creía descendiente de Julo Ascanio, el hijo de Eneas. Recibió una excelente formación literaria y se dedicó desde muy joven a la vida política, ocupando sucesivamente todos los cargos públicos del cursus honorum romano. En el 60 a. C. formó, junto con Pompeyo y Craso, una alianza conocida como primer triunvirato, que se repartió el poder en Roma. Siendo ya cónsul (59 a. C.), inició una serie de brillantes campañas militares que lo llevaron a conquistar toda la Galia hasta el Rin. En el año 49 a. C., muerto Craso y enemistado con Pompeyo, decidió avanzar con su ejército hacia Italia y cruzar el río Rubicón, lo que equivalía a una declaración de guerra civil. Tras varios enfrentamientos en Hispania y los Balcanes, Pompeyo cayó derrotado finalmente en Farsalia (año 48 a. C.).
De regreso en Roma, César se hizo nombrar dictador vitalicio, tribuno de la plebe y pontífice máximo, concentrando de este modo en sus manos el poder político, militar y religioso. Esta situación provocó la alarma de los sectores republicanos de Roma, que temían que César intentara proclamarse rey. Por este motivo se conjuraron contra él y en los idus de marzo del año 44 a. C. fue asesinado, irónicamente, a los pies de la estatua de Pompeyo en la Curia romana.
La producción historiográfica de César comprende los Comentarios sobre la guerra de las Galias (Commentarii de bello Gallico) y los Comentarios sobre la guerra civil (Commentarii de bello civil). Ambas obras constituyen una inestimable fuente de información para conocer los acontecimientos del período final de la República.
· Comentarios sobre la guerra de las Galias, esta obra fue compuesta por César entre el 52 y el 51 a. C. Comprende ocho libros en los que se describen las operaciones militares de la campaña de conquista de los territorios galos llevada a cabo entre los años 58 y 52. En ellos se narra desde la expedición contra los Helvecios y la derrota de su caudillo Ariovisto (libro primero) hasta la sublevación general de los pueblos galos bajo el mando de Vercingetórix y su derrota final (libro séptimo). El libro octavo, en el que se relatan las últimas operaciones y el final de la guerra, parece ser que no fue escrito por César, sino por uno de sus oficiales, llamado Aulo Hircio.
· Comentarios sobre la guerra civil, obra elaborada por César hacia el año 47 a. C. para contar los pormenores de su enfrentamiento militar con Pompeyo entre los años 49 y 48. Se compone de tres libros que relatan, sucesivamente, la conquista de Italia por César, la persecución de Pompeyo hasta Dirraquio, las luchas en Hispania contra los generales pompeyanos Afranio y Petreyo, el asedio de Marsella y la batalla de Farsalia. El último libro, que se considera incompleto, concluye con la llegada de César a Alejandría, donde le es comunicada la muerte de Pompeyo.
El título de Commentarii que César dio a sus obras alude a los informes militares enviados por su propia mano al Senado, así como a resúmenes y apuntes personales redactados facile atque celeriter (de forma rápida y sencilla), como él mismo dice. Sin embargo, el título no debe inducirnos a considerarlas sin más un trabajo documental, ya que estas obras han sido cuidadosamente estructuradas y sometidas a un estudiado proceso de elaboración literaria. Abundan en ellas los datos de tipo geográfico y etnográfico y los discursos retóricos.
A pesar de las pretensiones de objetividad manifestadas repetidamente por el autor, incluso en la narración de los hechos en tercera persona, lo cierto es que en ambas obras se puede apreciar una evidente intencionalidad apologética y propagandística de su propia figura, de sus hazañas militares y de su actuación política, aunque esta distorsión nunca llega a falsear la realidad de los datos históricos. No hay duda alguna de que quiso explicar sus actos del modo que le era más favorable: por ejemplo, intenta probar largamente que fue arrastrado, a pesar suyo, a la conquista de la Galia libre; disimula sus intenciones; atenúa sus fracasos; censura y felicita a sus lugartenientes y oficiales, según las necesidades de su política y de su prestigio; en su obra sobre la guerra civil, son evidentes sus intentos de apología personal y de detracción irónica de sus adversarios. En definitiva, con César hay que aprender a leer siempre entre líneas.
Desde el punto de vista estilístico, las obras de César destacan por la pureza, la simplicidad y la elegancia de la lengua latina. Su prosa se caracteriza por la claridad sintáctica, la ausencia de anomalías gramaticales, la selección de un léxico claro y la renuncia a la sinonimia o a los términos arcaicos o raros.
3. b. Nepote
Cornelio Nepote nació hacia el año 100 a. C. en Ticino, en la Galia Cisalpina. Amigo de Catulo y de Cicerón, no se dedicó a la actividad pública, sino que consagró toda su vida al cultivo de la literatura. Escribió una historia universal titulada Chronica y una colección de anécdotas, denominadas Exempla, que no se han conservado. Su obra más importante es De viris illustribus (Sobre hombres ilustres), el primer libro romano de carácter biográfico que se conoce. En esta obra recogió Nepote las vidas de personajes romanos y extranjeros famosos y las comparaba: reyes, oradores, generales, historiadores, poetas y gramáticos. De esta obra se conservan las biografías de veinte generales griegos y también las de Catón y Ático, en la parte dedicada a los historiadores latinos. Nepote no se consideraba a sí mismo historiador y, en sentido estricto, De viris illustribus tiene un carácter más retórico, encomiástico y ejemplarizante que propiamente historiográfico.
3. c. Salustio (86-35 a. C.)
Cayo Salustio Crispo, nació en Amiterno, en la Sabina, en el seno de una familia acomodada. Tras una juventud licenciosa, se dedicó a la política y llegó a ocupar diversos cargos públicos: cuestor, tribuno de la plebe y pretor. Participó activamente en la guerra civil, en las filas del bando cesariano, y gracias a su amistad con César fue nombrado gobernador de la provincia de Africa Nova, donde amasó una inmensa fortuna. A su vuelta a Roma, en el 45 a. C., fue acusado de corrupción y malversación de fondos públicos, pero quedó libre de todo cargo gracias de nuevo a la protección de César. Con la inmensa fortuna obtenida en África compró unos terrenos en el Quirinal y se hizo construir una lujosa villa, adonde se retiró tras la muerte de César, en el 44 a. C., para dedicarse al cultivo de la literatura hasta su muerte.
De la producción histórica de Salustio tan solo se conservan dos obras completas, La conjuración de Catilina (Bellum Catilinae) y La guerra de Yugurta (Bellum Iugurthinum), y una fragmentaria, Historias (Historiae).
· La conjuración de Catilina, su primera monografía histórica, gira en torno a un acontecimiento concreto de la historia romana, el intento frustrado de Catilina, un noble ambicioso y sin escrúpulos, de hacerse con el poder mediante un golpe de Estado durante el consulado de Cicerón (63 a. C.). Salustio enriquece la narración central de estos hechos con la adición de un prólogo programático, digresiones históricas o políticas, discursos, retratos de personajes, etc., que contribuyen a explicar las causas de los acontecimientos o a intensificar la acción dramática de la obra. En toda ella se observa la intención del autor de mostrar la decadencia política y moral de la República tardía y, sobre todo, la corrupción y la arrogancia de la nobleza.
· La guerra de Yugurta, aborda la intervención romana en el reino de Numidia (parte de la actual Argelia) para restablecer la sucesión dinástica legítima a la muerte del rey Micipsa en el año 111 a. C., ya que su sobrino adoptivo, Yugurta, había asesinado a los dos hijos del soberano y pretendía hacerse con el trono. El verdadero objetivo de Salustio, sin embargo, es señalar el fracaso de las operaciones militares emprendidas por el representante de la corrupta e indolente aristocracia romana, el cónsul Metelo, y destacar el triunfo sobre Yugurta de Mario, con cuya tendencia política se identifica el autor.
· Historias, constituyen su último trabajo histórico. Parece ser que la muerte lo sorprendió antes de completarlas. Se conservan diversos fragmentos, así como algunos discursos y cartas, que nos permiten reconstruir su contenido primitivo. Las Historias abarcan el período comprendido entre la muerte del dictador Sila (78 a. C.) y el año 67 a. C. Estaban formadas por cinco libros, en los que se narraban importantes sucesos de la historia romana, como las luchas de Pompeyo contra el rebelde Sertorio en Hispania, los combates de Marco Antonio contra los piratas o la guerra contra Espartaco y los esclavos sublevados en Sicilia.
Salustio se revela en toda su obra como un maestro consumado en la caracterización psicológica y dramática de los personajes, lo que consigue gracias a sus pormenorizadas descripciones y a los discursos que pone en boca de los propios protagonistas. Si tiene que trazar algún retrato (es genial el que hace de Catilina), lo traza al detalle, porque piensa que es necesario para entender las reacciones y actitudes del personaje retratado. De igual modo, los discursos en boca de los protagonistas (en estilo directo) están al servicio de una mejor comprensión de los acontecimientos.
Desde el punto de vista estilístico, su prosa se caracteriza por la tendencia a la brevedad, la variatio (fónica, morfológica y sintáctica) y la tendencia a la eliminación de la simetría sintagmática y oracional. Abundan en sus obras las antítesis, los arcaísmos fonéticos y morfológicos (maxumus, minumus, divorsus...) y las sentencias o frases lapidarias, con frecuencia de contenido moralizante, con las que concluye sus discursos y reflexiones. También son características de Salustio las digresiones, como la descripción de la geografía de África, presente en La guerra de Yugurta.
Salustio es el primer gran historiador latino, el creador de la historia como género literario en Roma. César había sido un gran historiador militar. Salustio será, en la historiografía latina, el primer gran historiador político, comparable al griego Tucídides, cuyas huellas sigue. A diferencia de César, que se interesa más por los hechos concretos, Salustio se interesa por el porqué de los mismos. No basta con narrar los acontecimientos; hay que explicarlos y analizar los factores que determinan su razón de ser. Es el historiador de la revolución romana, de la ruina de las antiguas instituciones y el surgimiento de un nuevo Estado. Ha rastreado las causas profundas de esta revolución y las ha encontrado en las ambiciones, el egoísmo y la depravación de la nobleza. Catilina es, para él, el símbolo de la aristocracia corrompida. En la obra sobre Yugurta, está claramente a favor de Mario y en las Historias, claramente a favor de Sertorio. Es, por tanto, un claro defensor del partido popular, cesariano. Sin embargo, en su afán de objetividad, no se reprime a la hora de describir con vivos colores la ineptitud de la clase popular para una política de altura, su mezquindad, su bajeza de miras y su disposición a dejarse manipular por cualquier ambicioso.
Así pues, Salustio es también un moralista. En los prefacios de sus monografías reflexiona sobre la brevedad de la vida humana, la superioridad del espíritu sobre el cuerpo, la corrupción de costumbres y el desprecio de los bienes materiales, afirmaciones poco convincentes en boca de alguien que había amasado una inmensa fortuna con su falta de escrúpulos en su gobernación de África. En estos prefacios nos habla también de su desengaño de la política, feudo de incapaces y ambiciosos, y de su dedicación a la historia.
Salustio tiene un sentido dramático de la historia, por eso elige personajes y situaciones conflictivas. Según sus propias palabras, eligió a Catilina "por lo inaudito de su maldad y de los peligros que trajo consigo"; y la guerra de Yugurta "por su magnitud, encarnizamiento y variedad de éxitos".
Con Salustio se cierra la historiografía de la época republicana. En seguida sube al poder Augusto, que va a inaugurar en Roma la época imperial. Su reinado posee características especiales: en él se alcanza la paz y el poderío universal. Augusto se traza un programa a la vez político, religioso y moral, que tiene como meta la restauración de las virtudes primitivas, las del romano campesino, austero y religioso. Los hombres de letras que rodean a su ministro Mecenas (Virgilio, Horacio, Propercio...) sintonizan con estos ideales y le ayudan a implantarlos y propagarlos. Lo mismo hace el más grande de los prosistas contemporáneos, el historiador Tito Livio, que escribirá su historia de Roma con fervor y con la conciencia clara de que está contribuyendo a divulgar las grandezas de los antepasados y a insuflar en sus conciudadanos el amor a la ciudad dominadora del mundo y el orgullo de ser y sentirse romano.
4) La historiografía imperial.
La historia a comienzos del Imperio
4. a. Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.)
Tito Livio nació en Padua, antigua ciudad gala del Véneto. Se trasladó aún joven a Roma para completar su formación literaria y filosófica, y allí asistió al final de las guerras civiles y a la subida al poder de Augusto, del que fue amigo personal. Sin embargo, permaneció siempre alejado de la escena política y prefirió dedicar toda su vida a componer la monumental obra Ab Urbe condita libri (Historia de Roma), desde los orígenes de la ciudad hasta la muerte de Druso en el año 9 a. C. Alcanzó una enorme fama como literato y al final de su vida regresó a Padua.
Su gran obra, Ab Urbe condita libri, estaba formada por 142 libros, de los que solo han llegado hasta nosotros los libros 1 a 10 y 21 a 45. De los volúmenes perdidos se conservan desde antiguo resúmenes y extractos que nos permiten conocer cuál era su contenido. Los libros 1-15 contienen la leyenda de la fundación de Roma y los sucesos acaecidos durante el período republicano hasta el final de la incursión de los galos en el 293 a. C.; los libros 16-30 narraban las dos primeras guerras púnicas; y los libros 31-45 comprenden el período de las guerras macedonias (201-167 a. C.) hasta la batalla de Pidna.
En el prefacio de la obra expone Tito Livio los motivos que le han impulsado a acometer la redacción de una obra tan extensa: "Será para mí una satisfacción haber contribuido a evocar los hechos gloriosos del pueblo que está a la cabeza de todos los del universo". Afirma que "jamás hubo una nación más grande, más pura, más rica en buenos ejemplos, ni ciudad a la que tardaran más en llegar la ambición y el lujo y que conservara más tiempo el culto a la austeridad y a la economía"; pero luego las riquezas y la ambición la corrompieron y es preciso, según Livio, estudiar su historia para imitar lo bueno y rechazar lo malo.
Tito Livio coincide con Nepote y Salustio en el sentido ejemplarista y moralista de la historia. Y tiene, además, una característica propia: la exaltación de Roma por encima de todo. Las virtudes que quiere que su obra infunda en sus conciudadanos son el amor a la patria, el respeto al mos maiorum (costumbre de los antepasados), la concordia civil y la religiosidad profunda, todo lo cual coincide punto por punto con el programa restaurador de Augusto. Su concepción de la historia está dominada por un profundo amor a la patria y sentido del deber, la observancia incondicional de las leyes y la misión providencialista y universalista de Roma. La historia de Livio es nacionalista; el protagonista es el pueblo romano que ha salido a flote de una y mil miserias, que acaba de poner en pie un imperio.
En su obra Tito Livio ha trazado la imagen del romano ideal: heroico, trabajador, constante, amante de la tradición, respetuoso con sus dioses. El fatum, el destino cuyos hilos parecen mover los propios dioses, se utiliza a veces para explicar determinados acontecimientos.
En cuanto a su método histórico, Tito Livio no se muestra habitualmente demasiado crítico en el empleo de las fuentes y suele recoger muchas leyendas transmitidas por historiadores y analistas anteriores, aunque sin llevar a cabo una investigación profunda de los documentos ni contrastar los testimonios contemporáneos. Livio elabora su historia sobre materiales que en muchas ocasiones son de segunda mano; obras de autores que no conocemos bien, de donde ha ido seleccionando y eliminando a su conveniencia. Ha compuesto de forma rápida una historia que, por fuerza, no puede ser ni muy original ni muy crítica. Su amor a Roma hace que conceda crédito a cualquier información, por hinchada que esté, que redunde en prestigio y gloria de sus antepasados. Pero hay que tener en cuenta que para llevar a cabo la redacción de su monumental obra, Tito Livio se encontró con tres dificultades importantes:
· La falta de información, especialmente en todo lo referente a la época primitiva. Hasta la instauración de la República se sospecha que la historia de Roma pertenece más a la leyenda que a la realidad.
· La imposibilidad de acceder a los archivos públicos y privados; varios documentos oficiales se hallaban dispersos, escritos a veces en lenguaje poco claro y, en consecuencia, ofrecían serios problemas de interpretación.
· Livio carecía, al revés que César o Salustio, de formación política de tipo práctico. Jamás había desempeñado cargos públicos; le faltaba, por tanto, experiencia para emitir juicios e interpretar datos que no tienen a veces el significado simple que en una primera lectura pueden aparentar tener.
Una gran cantidad de discursos pueblan la obra de Tito Livio y están construidos conforme a las reglas más estrictas de la preceptiva retórica. Y esto se debe a que para los historiadores antiguos la historia era un género literario, no una obra científica. Desde el punto de vista de la historia científica moderna, es inaceptable poner en boca de los personajes discursos inventados, aunque sean literariamente excelentes. Esto lo hacía Tito Livio a pesar de tener a mano los discursos que verdaderamente pronunciaron dichos personajes. Hay quien le criticó el empleo de modos dialectales o locales en la composición de su obra, puesto que él era natural de Padua, pero lo cierto es que Tito Livio es todo un modelo de prosa latina clásica. Su estilo contrasta con el de Salustio, ya que a la brevedad de éste, Tito Livio contrapone la amplitud y la riqueza de los períodos sintácticos y el ornato propio de la prosa artística. Otro rasgo distintivo de su estilo es el color poético que tiñe su prosa. Se le ha llamado "el poeta de la historia". Está influido por los grandes poetas augústeos y el carácter poético de su prosa se percibe especialmente en los primeros libros. Incluso invoca a los dioses al comienzo de su obra, como los poetas épicos.
La Historia en el siglo I d. C.
Con el acceso de los emperadores al poder se hizo difícil escribir historia de Roma, si para ello había que ensalzar el pasado republicano, cosa que podía parecer un reproche al régimen imperial y una incitación a la vuelta de la república. Los historiadores que admiraban el régimen republicano se situaron en la oposición, sufrieron persecuciones y sus obras fueron quemadas, de manera que no han llegado hasta nosotros. Las que sí han llegado son las de historiadores cortesanos o las que por su temática no se prestaban al enfrentamiento político. Son destacables, entre Tito Livio y Tácito, los tres historiadores siguientes:
· Veleyo Patérculo, caballero romano, militar e hijo de militares, que sirvió en Germania a las órdenes del emperador Tiberio y, con el apoyo de éste, consiguió altos cargos. Escribió una Historia Romana en dos libros, que abarca desde los orígenes (como hacían los antiguos analistas) hasta el año 30 d. C. En esta obra se hace un desmedido elogio del emperador Tiberio y también de su ministro Sejano. Pero Veleyo recuerda a Tiberio como el gran general que era antes de suceder a Augusto en el poder; un Tiberio muy distinto del anciano resentido y libertino que nos pinta Tácito.
· Valerio Máximo, es también de la época de Tiberio y hace igualmente un gran elogio del emperador, al que dedica su obra invocándolo como a un dios. Su obra se titula Dichos y hechos memorables (Dicta et facta memorabilia). Se trata de una colección de anécdotas y sucesos agrupados temáticamente y gozó de gran popularidad.
· Quinto Curcio Rufo, nada se sabe de su vida, salvo que vivió en el siglo I. No pertenece a los historiadores romanos en cuanto al tema de su obra, ya que escribió una Historia de Alejandro Magno (Historiae Alexandri Magni regis Macedonum), a caballo entre la historia y la novela, en diez libros, de los que se han perdido los dos primeros. La obra abunda en episodios pintorescos y se recrea en la descripción de las grandiosas empresas del protagonista y de los exóticos países en que se desarrollan.
Tras estos tres historiadores menores, a finales del siglo I y comienzos del II, en tiempos del emperador Trajano, escribe una de las más grandes figuras de la historiografía latina: Tácito.
4. b. Tácito (50 d. C.-120 d. C.)
Cornelio Tácito debió de nacer en el norte de Italia o bien en la Galia. En el 77 d. C., contrajo matrimonio con la hija de Julio Agrícola, un alto funcionario imperial. Recibió una excelente formación oratoria y se dedicó a la carrera forense. Durante el reinado de Vespasiano, comenzó su actividad política, convirtiéndose en pretor y después en cónsul. En el año 112, el emperador Trajano le concedió el cargo de procónsul de Asia. Su muerte se produjo durante el reinado de Adriano.
La producción historiográfica de Tácito está formada por dos obras menores de carácter monográfico, Agrícola y Germania, y dos obras mayores, Anales e Historias.
· Agrícola (De vita et moribus Iulii Agricolae), es una biografía de tipo encomiástico de su suegro Julio Agrícola, un afamado general romano que se distinguió por ser el primero que conquistó las islas británicas (después de los infructuosos intentos de César). La obra contiene abundantes digresiones de tipo geográfico e histórico sobre Britania. Constituye también un violento ataque contra la tiranía de Domiciano, a quien acusa veladamente del asesinato de su suegro. Especialmente notable es, junto a la del protagonista, la figura de Calgaco, jefe de los britanos, en cuya boca pone el historiador un discurso con la denuncia probablemente más dura escrita por un autor latino contra el imperialismo romano; impresiona la comprensión de Tácito hacia las razones de un pueblo enemigo en pro de su resistencia contra Roma.
· Germania (De origine et situ Germanorum), es una monografía de tipo geográfico y etnográfico sobre los pueblos germanos. En la primera parte de la obra se hace una descripción de Germania y de su población en general, con la vida y costumbres de sus habitantes; en la segunda parte, se hace una descripción particular de cada uno de las tribus germanas. Los germanos constituían una amenaza para Roma y contra ellos combatieron César, Tiberio, Germánico y el propio Trajano. Tácito pinta de forma expresiva el contraste entre la rudeza primitiva, el valor y las costumbres sanas de este pueblo y la decadencia y corrupción de los romanos.
· Historias (Historiae), constituyen una crónica de la historia de Roma durante la dinastía Flavia, desde la muerte de Nerón (68 d. C.) hasta el final del reinado de Domiciano (96 d. C.). Constaban de catorce libros, de los que sólo se conservan los cuatro primeros.
· Anales (Annales), estaban formados primitivamente por dieciséis libros, de los que sólo se conservan los seis primeros, que abarcan desde la muerte de Augusto hasta la de Tiberio.
En sus obras históricas, Tácito manifiesta su deseo de narrar los hechos sin rencor ni parcialidad, y para ello recurre a multitud de fuentes que maneja con cuidado: los analistas anteriores, las actas del Senado, los diarios oficiales y los archivos de palacio. También toma datos de testigos oculares y de protagonistas de episodios concretos.
Para Tácito, el historiador no es un mero narrador; es, antes que nada, un investigador que debe ser imparcial. Si el historiador debe ser un investigador, no cabe duda de que Tácito lo es, según lo expuesto en el párrafo anterior, pero no podríamos calificarlo de imparcial. Tácito pretende serlo, pero no lo es: en los Anales no deja títere con cabeza, fustiga el régimen imperial, condena la violencia, repudia la adulación servil de los senadores, detesta la vulgaridad y la incultura de la plebe. Los héroes no existen; quienes dan su vida por la libertad mueren inútilmente; el Imperio es una especie de túnel al final del cual no parece vislumbrarse la luz. Frente al protagonismo de las grandes instituciones romanas en la obra de Tito Livio, la de Tácito se caracteriza por el predominio de los personajes individuales como motores de la historia. Rasgos muy acusados de sus obras son el pesimismo y la falta de confianza en la condición humana, probablemente motivada por las intrigas palaciegas y la convulsionada época que le tocó vivir. Tácito es un verdadero maestro de la caracterización psicológica de personajes y situaciones. Sus retratos literarios adquieren en ocasiones un profundo tono dramático más propio de la tragedia que de la Historia.
Como Salustio y Tito Livio, tiene una concepción moralista de la historia, cuya función es, según sus palabras, "preservar del olvido a la virtud y refrenar los vicios".
Desde el punto de vista estilístico, Tácito coincide con Salustio en su predilección por la brevedad, pero lleva este concepto de brevedad y concisión hasta límites insospechados. No sólo prescinde de todos los elementos superfluos, sino que incluso elimina elementos no superfluos. El lector se ve así obligado a entender y sobreentender; no basta con leer para comprender lo que el historiador dice, sino lo que realmente quiere decir y dar a entender. El afán de concisión de Tácito se refleja, por ejemplo, en el abundante uso que hace de la elipsis de formas verbales y el empleo del discurso indirecto libre. Coincide igualmente con Salustio en el gusto por la asimetría en la construcción de frases y períodos.
Tácito fue leído con interés y su obra conoció gran éxito en época antigua; se eclipsó durante la Edad Media y volvió a causar furor en el Renacimiento. Hoy por hoy, la mayoría de las llamadas novelas históricas son deudoras de su obra.
La Historia en el siglo II
Después de Tácito, merecen mencionarse en el siglo II los siguientes historiadores menores:
· Suetonio. Gayo Suetonio Tranquilo nació probablemente en el norte de África hacia el año 75 y murió a mediados del siglo II. Ejerció la abogacía bajo el emperador Trajano y fue luego secretario particular del emperador Adriano. Más que historiador, Suetonio fue un erudito, un filólogo y un enciclopedista, que escribió obras de contenido muy diverso, la más importante de las cuales fue la titulada De viris illustribus (como la de Nepote), perdida casi en su totalidad y que constaba de cinco secciones, dedicadas respectivamente al estudio de los poetas, los oradores, los historiadores, los filósofos y los gramáticos y rétores; era una historia completa de la literatura latina.
La única obra suya que se nos ha conservado íntegra es una obra histórica titulada La vida de los doce Césares (De vita XII Caesarum). Consta de doce biografías de los doce primeros Césares, desde Julio César hasta Domiciano. Coincide con el período historiado por Tácito en sus Anales e Historias (excepto el añadido, en Suetonio, de las vidas de César y de Augusto). Pero la diferencia entre un historiador y otro es abismal. La concepción trágica y moralista de Tácito choca con la concepción anecdótica de Suetonio. Éste utiliza una rica documentación, pero lo que más parece interesarle como fuente son los panfletos, los libelos infamantes y la correspondencia privada. Sus biografías son una sarta de detalles anecdóticos, precisamente los que despreciaba Tácito. Pero, justamente por ello, Suetonio es un buen complemento de Tácito al recoger en sus escritos esa intrahistoria o vida de todos los días que no suele aparecer en los historiadores "serios".
La composición de las biografías suele seguir este esquema: nombre y familia, vida pública, vida privada y muerte. El estilo es sencillo, claro y ajustado al contenido.
· Floro. Lucio Anneo Floro es contemporáneo de Suetonio, africano de nacimiento, y compuso en dos libros una historia de Roma, o mejor, una historia de las guerras de Roma, ensalzando el genio conquistador de los romanos. La obra es, en realidad, un epítome de la historia de Tito Livio.
· Justino. Se le suele situar generalmente en el siglo II, aunque no se conoce con seguridad su época. Su obra consiste en la traducción y resumen de la Historia universal compuesta por Pompeyo Trogo. Trogo, que vivió en tiempos de Augusto y Tiberio, escribió en griego esta obra, que presenta la particularidad de desplazar a Roma del centro de la historia universal y colocar, en su lugar, al imperio macedónico de Filipo. Es, pues, una obra de oposición a Roma y por ello fue escrita en griego, a pesar de que Trogo era un galo romanizado. Justino le dio a su versión latina el título de Historiae Philippicae y llevó a cabo con talento y elegante estilo un resumen, que es fuente importante para la historia de los pueblos de Oriente y de la primitiva Cartago.
La Historia en los siglos III y IV
En el Bajo Imperio la Historia, como toda la cultura pagana, está en franca decadencia. Las obras y autores más destacables son los siguientes:
· La Historia Augusta. Con este título se designa una colección de treinta biografías de emperadores, de herederos de éstos e incluso de algunos que pretendieron el trono sin conseguirlo. Las biografías abarcan desde Adriano hasta Diocleciano (siglos II y III d. C.). Tradicionalmente se atribuyen estas obras a distintos autores de los siglos III y IV, aunque algunos estudiosos admiten la posibilidad de que sean el trabajo de un solo autor de época posterior (siglo V o comienzos del VI). El modelo de estas biografías procede claramente de la obra de Suetonio: el mismo esquema en el desarrollo de la biografía, el mismo gusto por la anécdota y el chismorreo de la vida privada del personaje, la misma pretensión de haber consultado archivos y documentos varios, pero con la diferencia de que Suetonio sí los consultó, aunque eligiera sólo lo anecdótico, mientras que de estos autores se sospecha que se inventaban datos y documentos. Se trata de biografías sin fuerza dramática, ni siquiera en los momentos de más tensión, están además llenas de lugares comunes y sus autores se pierden continuamente en detalles irrelevantes.
· Los autores de epítomes. Como suele suceder en todas las épocas no creativas, abundan en el siglo IV los recopiladores y abreviadores de obras pasadas, los autores de epítomes (resúmenes de obras ya previamente elaboradas) y breviarios (síntesis personal de un autor a partir de varias obras anteriores). Ya en el siglo II habían empezado a elaborar epítomes Floro y Justino. Ahora, en el siglo IV merece citarse a un epitomador (Aurelio Víctor) y un escritor de breviarios (Eutropio):
· Aurelio Víctor escribió una obra que consta de una sucesión de biografías de los Césares, desde Augusto hasta la época del autor. Se trata de biografías resumidas de Suetonio y de biógrafos posteriores.
· Eutropio resumió toda la historia de Roma en un manual titulado Breviarium ab Urbe condita (Resumen de la historia de Roma desde su fundación), a partir de noticias extraídas de Tito Livio y de Suetonio.
· Amiano Marcelino (330-400). En una época de resúmenes y de historiadores mediocres, Amiano Marcelino descuella como un gigante. Ha sido considerado como el último gran historiador pagano de la literatura latina. Era un oriental, natural de Antioquía, y un soldado profesional, que militó a las órdenes de los emperadores Constancio y Juliano el Apóstata en la parte oriental del Imperio. Más tarde se trasladó a Roma, donde escribió los 31 libros de Res gestae (Hazañas), que abarcaba el período comprendido entre el 96 d. C. (muerte del emperador Nerva, donde terminaban las Historias de Tácito) y el 378 d. C.
El modelo de Amiano es Tácito. Como él, tiene un gran afán de objetividad. Es hombre de gran experiencia, adquirida en sus campañas militares, donde toma contacto con ambientes y pueblos muy dispares y acumula un material precioso, que luego elaborará cuidadosamente. Amiano afirma que el deber del historiador es discurrir sobre los grandes sucesos de validez universal, sin detenerse en las minucias irrelevantes. Como Tácito, es pesimista respecto al futuro y fustiga tanto la abyección de la plebe como la avidez y la indolencia de los nobles. Su deseo de objetividad llega a tal extremo que, siendo él pagano y devoto admirador de Juliano el Apóstata, critica las medidas de éste contra los cristianos y elogia a éstos por la modestia y pureza de su vida.
El lenguaje de Amiano, al no ser el latín su lengua madre, es a veces incorrecto, y su estilo resulta en ocasiones un tanto oscuro, aunque está muy por encima del de los epitomadores de su época.