Egnacio , por tener blancos los dientes, sonríe continuamente en todas
partes. Si se acerca al banquillo de un acusado, cuando el
orador provoca el llanto, él
sonríe. Si hay lamentos junto a la pira de un buen hijo,
cuando la madre, desolada, llora
a su único hijo, él sonríe. Sea lo que sea, dondequiera que
sea, ocurra lo que ocurra,
sonríe: tiene esa enfermedad ni elegante, según creo, ni
educada. Por eso, tengo el deber
de darte un consejo, buen Egnacio.
Si fueses de la Urbe, o sabino, o tiburtino, o un ahorrador
umbro, o un obeso
etrusco, o un lanuvino moreno y de buenos dientes, o
traspadano (para mentar también
a los míos , o quienquiera que sea que se
lava los dientes aseadamente, ni aun así
querría yo que tú sonrieras continuamente en todas partes:
pues no hay cosa más
estúpida que una risa estúpida. Pero, eres celtíbero: en
tierra celtíbera, lo que cada cual
meó, con eso suele frotarse por la mañana los dientes y las
rojas encías, de modo que,
cuanto más limpios están esos vuestros dientes, más cantidad
de meado proclamarán
que tú has bebido.